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LAS COPLAS A LA MUERTE DE DON RODRIGO MANRIQUE DEL POETA JORGE MANRIQUE O UN RECORDATORIO DE LA VIDA DE LOS SEÑORES FEUDALES

Las coplas a la muerte de don Rodrigo Manrique of the poet Jorge Manrique or an image of the feudal lords‘s life

Las coplas a la muerte de don Rodrigo Manrique du poète Jorge Manrique ou une image de la vie des seigneurs féodaux

KOUADIO Djoko Luis Stéphane,
Enseignant-Chercheur,
Université Félix Houphouët-Boigny,
Laboratoire de Littérature et Ecriture des Civilisations, DEILA
djokoluis1@yahoo.fr

Résumé

Mots-clés, Keywords, Palabras clave

Poesía, medieval, Manrique, feudal, señor, cristiano
Poetry, Middle Ages, Manrique, feudal, lord, christian
Poésie, médiéval, Manrique, féodal, seigneur, chrétien

TEXTE INTÉGRAL

Introducción

La España medieval está marcada por las acciones de personajes cuyo papel impulsor en el proceso de construcción de la nación es innegable. Entre estos personajes ilustres hay Rodrigo Manrique, cuyo retrato aparece en el poema epónimo Las coplas de la muerte de don Rodrigo Manrique o Coplas a la muerte de su padre, publicado por su propio hijo Jorge Manrique en 1476. Más allá de la celebración de este hombre, el poema de Jorge Manrique da cuenta de diversos aspectos de la vida de los señores de la época. En otras palabras, ¿cómo presenta el poema la vida de los señores feudales? ¿Cuáles son sus características? Mediante la sociopoética, que combina el estudio de la sociedad con el análisis del discurso textual, será posible analizar el poema puesto que «es un método […] que tiene como principio la valoración de los […] saberes producidos, además del reconocimiento de la […] creatividad, [y su] dimensión ético-estética» (L. Silveira Carneiro, 2008, p.881). La hipótesis que justifica el presente trabajo es que el poema de Jorge Manrique expone las características generales de los caballeros nobles en la época medieval. El objetivo del estudio consiste en mostrar que, aunque el poeta habla de los señores feudales en general, revela tanto su propia visión de la existencia como la vida ejemplar de su padre. Así, en el primer eje veremos que se trata de un poema sobre la condición humana. El segundo eje revela que los señores son a la vez hombres de guerras y hombres piadosos. El tercer eje remite a Rodrigo Manrique y su celebración poética.

  1. Un poema sobre la condición humana

Las coplas a la muerte de don Rodrigo Manrique (1476) es un largo poema que se compone de cuarenta coplas formadas cada una por dos sextillas unidas entre sí. Además, el poema se basa sobre versos más o menos cortos que tienen una medida de cuatro sílabas el tercero y el sexto, a diferencia de los demás que constan de ocho sílabas. Las rimas del poema, que obedecen al arte menor, son asonantes. Asimismo, las combinaciones de repeticiones, perífrasis, metáforas, comparaciones, paralelismos y antítesis constituyen, entre otros, la columna vertebral de la obra poética. Además, el uso de formas verbales sirve para que el lector reconozca una exhortación o una conclusión, una amonestación, una advertencia o un puro consejo. Jorge Manrique introduce, a veces, el diálogo interrogativo, figura retórica que sirve para la exposición de la poesía intimista (B. Méniel, 2002, p.99). Hace preguntas a su interlocutor que puede ser el lector o el oyente del texto declamado. No se ve la respuesta del interlocutor a lo largo del texto sino la del poeta. El fragmento siguiente lo demuestra:

Dezidme, la hermosura,/ la gentil frescura y tez/ de la cara, / la color y la blancura/cuando viene la vejez, / ¿cuál se para? / Las mañas y ligereza/ y la fuerça corporal/ de juventud,/ todo se torna graveza/ cuando llega al arrabal/ de senectud/ […]/ ¿qué son sino corredores/ y la muerte, la celada/ en que caemos? (J. Manrique, 1476, v.85-96, v.136-138).

El diálogo interrogativo utilizado por Jorge Manrique (1440-1479) obedece a una lógica precisa; la de orientar al lector hacia una concepción de la condición humana que describe. Para llevar a cabo su meta, el autor medieval se apoya en la elegía, poema lírico que expresa una queja dolorosa a través de sentimientos melancólicos (P. Salinas, 1979, p.334-338). El texto poético consta de tres partes que giran en torno a la vida terrenal, la eterna y la de la fama. En efecto, en Las coplas a la muerte de don Rodrigo Manrique, el poeta lamenta sentenciosa y melancólicamente el paso del tiempo, aunque permanezcan las acciones humanas en la memoria individual y colectiva. En la primera parte, que se relaciona con las trece primera coplas, el poeta desarrolla una visión filosófica sobre la fugacidad de la vida y la muerte. Por ejemplo, lo expresa mediante un juego metafórico y las repeticiones del adverbio «allí» que simboliza el más allá:

Nuestras vidas son los ríos /que van a dar en la mar/ que es el morir; allí van los señoríos/ derechos a se acabar / y consumir; / allí los ríos caudales, / allí los otros, medianos/  […] Ved de cuán poco valor/ son las cosas tras que andamos/y corremos,/ que, en este mundo traidor, aun primero que murmuramos, / las perdemos (J. Manrique, 1476, v.25-32, v.73-78).

El poeta subraya que la condición humana es dolorosa porque todas las acciones del ser humano terminan con la muerte. Para él, todos los seres humanos son iguales en frente de la muerte. La palabra «muerte» o sus sinónimos aparecen, al menos, quince veces a lo largo del texto poético; lo que refuerza la idea según la cual Jorge Manrique se centra en esta temática. A diferencia de la primera parte o sección de del poema que constituyen las trece primeras coplas, la segunda parte, que va de la catorce a la veinticuatro, se centra en la presentación de personajes históricos. Pero con el fallecimiento de tales personajes ilustres, la segunda sección del poema no se aleja mucho de la primera a través de la conclusión siguiente:

Si fuesse en nuestro poder/ tornar la cara fermosa/ corporal,/ como podemos hazer/ el ánima gloriosa/ angelical,/[…].  Essos reyes poderosos/ que vemos por escrituras/ ya pasadas,/ con casos tristes, llorosos,/ fueron sus buenas venturas/ trastornadas. / Assí que no hay cosa fuerte, / que a papas y emperadores/ y perlados, / así los trata la muerte/ como a los pobres pastores/ de ganados (J. Manrique, 1476, v. 145-150, v.157-168).

Según el poeta, la muerte no distingue entre categorías sociales humanas. Ciertamente, en la sociedad medieval hay grupos sociales, firmemente atrincherados en sus prerrogativas y dentro de los cuales no es posible la mezcla. El estatus social identifica al individuo y lo clasifica como noble, clérigo o campesino. Pero la muerte, según Jorge Manrique, no se apoya en las categorías sociales antes de azotar a los seres humanos. Sea cual sea el origen o la clase social, ningún ser humano puede escapar de su condición mortal. De ahí, «el dolor de Jorge Manrique, asumido, por lo mejor, por la fe, deja de ser personal para convertirse en dolor de todos, mejor en un dolor para todos siempre que haya ocasión parecida» (M. García Velasco, 2006, p.7). Las coplas a la muerte de don Rodrigo Manrique son un poema que alude, desde entonces, a la famosa sentencia bíblica «¡vanidad de vanidades, todo es vanidad!» (Eclesiastés, cap.1, v.2) y, en el mismo tiempo, desempeña dos papeles. El primero es enseñar a sus contemporáneos sobre el paso del tiempo y la vanidad de las cosas. El segundo papel consiste en la importancia de los recuerdos ante la muerte. Al igual que un filósofo existencialista, Jorge Manrique ofrece un texto poético que revela la necesidad del deber de memoria ante la fugacidad de la vida. Es decir que «el problema que afronta el poema […] es […] la centralidad del tema de la memoria. Se trata de un tiempo cuyo paso es necesario perpetuar» (V. M. Pueyo Zueco, 2012, p.5). A partir del proceso de los recuerdos expuestos por el poeta medieval, el lector se da cuenta de que los seres humanos fallecidos viven de nuevo y sus buenas acciones sirven de modelo para las generaciones siguientes. De manera general, el poema presenta datos sobre la historia de la España medieval. Recuerda, por ejemplo, el papel desempeñado por el rey Recaredo y los Visigodos en el proceso de unidad de los pueblos de la Península (S. Castellanos, 2007).

Pues la sangre de los godos,/ el linaje y la nobleza / tan crescida,/ ¡por cuántas vías y modos!/ se sume su gran alteza/ en esta vida!:/ Unos, por poco valer,/ por cuan baxos y abatidos/que los tienen;/otros que, por no tener,/ con oficios no debidos/se mantienen / Los estados y riquezas/ que nos dexan a deshora/ ¿quién lo duda?(J. Manrique, 1476, v.97-111).

El poeta no duda en insistir sobre el valor de los visigodos. Para él, el reino español, en este caso Castilla, es heredero de este pueblo que le dio sus conocimientos y costumbres caracterizadas por el honor, la honradez, el respeto a la palabra dada y el valor. La verdadera nobleza que deben aplicar los descendientes de este pueblo es mantener los tópicos heredados de los antepasados visigodos. Jorge Manrique critica que en el siglo XV estos valores parecen haberse perdido por la felonía, el oportunismo y el fomento de los vicios por parte de algunos nobles, más proclives a romper con el ideal transmitido por los Visigodos (P. Díaz Martínez, 1998, p.175-195). Es decir que los nobles criticados por Jorge Manrique no aplican las leyes divinas expuestas en la Biblia y no respetan a la Iglesia Católica encargada de orientar las prácticas religiosas como brazo secular del poder temporal. De ahí, se justifica la tercera parte de su poema, que empieza por la copla veinticinco y termina con la cuarenta. Se refiere a la figura piadosa y guerrera del fallecido padre del poeta, llamado «el maestre don Rodrigo Manrique,/ tan famoso y tan valiente» (J. Manrique, 1476, v.292-294). La elegía de Jorge Manrique se inscribe en una época medieval marcada por conflictos entre reyes y señores católicos o en contra de los jefes musulmanes de tal manera que el concepto de guerra santa en la Península toma su sentido (A. Martínez, H. Patrick, S. J. Palacios Ontalva, 2016). Lo precisa el poema mediante los versos siguientes: «Y pues vos, claro varón,/ tanta sangre derramastes/ de paganos» (J. Manrique, 1476, v.433-435). Jorge Manrique evoca también la división tanto a nivel socioeconómico como político. Indica que existen tres órdenes, a saber, los señores de la clase nobiliaria, el clero católico y los campesinos, que constituyen la mayor parte de la población (F Segura Urra, 2006, p.9-57). El poema permite que el lector se dé cuenta de la estructura sociopolítica, religiosa y económica de la época medieval[1]. Las palabras empleadas por el poeta condicionan al lector sobre las acciones de los señores procedentes de la nobleza dirigente, pero que se caracterizan tanto por sus acciones guerreras como por su voluntad de ser piadosos.

  1. Entre señores de guerras y hombres piadosos

El poeta precisa indica que la época medieval se caracteriza por la presencia de tres grupos sociales: la nobleza, el clero y el campesinado, que está sometido a las dos primeras clases. Los señores feudales, como nobles investidos de poder temporal, están obligados a cumplir una serie de normas y valores bajo la mirada del poder espiritual encarnado por la Iglesia y sus representantes que deben ser « buenos religiosos » (J. Manrique, 1476, v.427), es decir virtuosos[2] y enraizados en su fe[3]. El poeta insiste en las buenas actitudes puesto que el Evangelio proclama que «nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo: el Hijo del hombre […] para que todo el que crea tenga en él la vida eterna» (San Juan, cap.3, v.13-14). El poema se inspira en esta referencia bíblica:

Este mundo es el camino/para el otro, /que es morada sin pesar/ […]/Este mundo bueno fue/ si bien usáremos dél, / como debemos, /porque, según nuestra fe, / es ganar aquél/que atendemos. / Y aun el hijo de Dios, / para sobirnos al cielo/ descendió/ a nascer acá entre nos/ y vivir en este suelo/do murió (J. Manrique, 1476, v.49-51, v.61-72).

El objetivo planteado por el poeta es la ganancia del paraíso tras la muerte. La obra poética se posiciona como un condensado de consejos en torno a la moral cristiana. Al igual que un consejero espiritual, Jorge Manrique advierte a la población sobre el riesgo de buscar el placer y los bienes terrenales en vez de vivir santamente como lo recomienda Dios. Su sentencia es muy clara: «El vivir que es perdurable/ no se gana con estados/ mundanales, / ni con vida deleitable/ en que moran los pecados/ infernales» (J. Manrique, 1476, v.421-426). Según el poeta, todas las acciones de los nobles tienen que ser buenas a la luz de la Biblia y los mandamientos de la Iglesia. Así, se justifica la lucha contra el infiel. En efecto, en el siglo XV, el sistema feudal y el régimen señorial, con el rey están establecidos en la Península:

Lo feudal y lo señorial […], son […] mundos que histórica, jurídica e institucionalmente se distinguen con absoluta precisión, que a veces conviven y se entrecruzan, pero que no cabe confundir. […]. Pero quizá lo más significativo era que, de acuerdo con su concepción del feudalismo, Sánchez Albornoz llegaba a la conclusión de que la España medieval no se feudalizó. […] Pero en términos generales podía afirmarse que España, aunque sí conoció determinadas instituciones feudales, implantadas tarde y de forma incompleta, había estado ayuna del feudalismo (J. Valdeón Baruque, 2006, p.229-236).

La España medieval cristiana lucha contra los musulmanes que están a punto de ser derrotados en la medida en que han perdido sus posesiones adquiridas desde 711 (M. I. Pérez de Tudela y Velasco, 2011, p.9-24). Los señores participan en las cruzadas, o las campañas militares cristianas lanzadas del siglo XI al XIII para liberar el territorio ibérico y palestino de la presencia musulmana (M. A. Rodríguez de la Peña, 2018, 55-70). En efecto, bajo el mando de los reyes católicos, Isabel y Fernando, «los caballeros famosos, con trabajos y aflicciones contra moros» (J. Manrique, 1476, v.430-432) provocarán, en 1492, trece años tras el fallecimiento de Jorge Manrique, la definitiva derrota de los musulmanes por la toma de Granada, último reino moro de la Península (M. D. Rincón González, 2010, p.603-615). Además, el poeta revela que los caballeros son guerreros y vasallos de un señor. Protegen sus dominios y hacen la guerra en su nombre, a cambio de tierras. Suelen ser de origen noble, pero algunos son descendientes de campesinos. Deben proteger a los débiles y respetar un código de honor, que aprenden desde su niñez[4]. Los señores poseen varios castillos y cambian a menudo de lugar de residencia. Mantienen sus fincas en buen estado y hacen construir edificios, como puentes y molinos. Los señores construyen castillos con motivo de defender a sus campesinos, protegerse y conservar sus riquezas ante los ataques de otros señores e invasores extranjeros. Estos castillos cuentan con gruesas murallas, enormes torres, fosos anchos y profundos y altos torreones. El poeta describe las fortificaciones medievales en estos términos: «las huestes innumerables, / los pendanos y estandartes/ y banderas, / los castillos impugnables, / los muros y baluartes/ y barreras, / la cava honda, chapada» (J. Manrique, 1476, v.277-286). Los señores, cuya religión es el cristianismo, son hombres poderosos, pero obedecen al rey, el dueño supremo. Sus poderes son económicos, judiciales y militares. Su estatus los sitúa en lo más alto de la jerarquía social en la Edad Media. Sin embargo, prometen su lealtad al rey del que son vasallos, aunque a veces existen conflictos bélicos entre ellos en la medida en que:

El nexo entre [las] coplas reside en el empleo de antitheton. La antítesis de personajes históricos concluye con una referencia general que sume en el anonimato al resto de los protagonistas de las luchas entre monarquía y nobleza, y de la inestabilidad que dominó el siglo xv castellano (J. Zepeda, 2006, p. 37).

Existe una jerarquía en la nobleza entre los diferentes señores, en particular, a la vista de los títulos de nobleza que llevan. Se trata, por orden de primacía, del duque, del marqués, del conde, del vizconde, del barón y del caballero. El poeta lo pone de realce a través de la expresión «Tanto duques excelentes, / tantos marqueses y condes, / y barones/ como vimos tan potentes, / di, Muerte, ¿dó los escondes y traspones? / Y las sus claras hazañas/ que hicieron en las guerras/ y en las pazes» (J. Manrique, 1476, v.265-276). Jorge Manrique revela que se trata de señores feudales que suelen combatir, pero cuando no están en guerra, se distraen de varias maneras. El poema da informaciones sobre la caza, las fiestas con «trovar, / las músicas […] dançar» (J. Manrique, 1476, v.199-200, v. 2020) y las competiciones organizadas tales como «las justas y torneos» (J. Manrique, 1476, v. 187) que participan de las actividades señoriales. No olvidemos que los señores poseen juegos, como los dados o el ajedrez (A. L. Molina Molina, 1998, p. 215-238). Disfrutan de las actuaciones de malabaristas, músicos y trovadores, que recitan canciones y poemas por todo el territorio (A. Sáiz Ripoll, 2009, p.29-35). A modo de resumen, el poeta escribe: «Y los deleites de acá/ son/ […] los plazeres y dulçores/ desta vida trabajada/ que tenemos» (J. Manrique, 1476, v.127-128, v.133-135). Aunque existen varios niveles de poder entre los nobles, según las tierras que gobernaban, adoptan el mismo estilo de vida: el hábitat con un castillo fortificado, la comida sobreabundante, la pompa de la vida en la corte con banquetes, bailes, música y actividades bastante violentas, como la caza y los torneos[5], que guardan una relación estrecha con la guerra:

El torneo, que comenzó como un entrenamiento militar y que más adelante fue visto como un pasatiempo de la nobleza, muy pronto alcanzó a ser una representación vivida de los combates reales, hasta tal punto, que el peligro físico que corrían los participantes llegó a ser algo manifiesto. Y es que, en realidad, en numerosas ocasiones, con la convocatoria de torneos se jugaban bazas preparatorias para la concentración de tropas que después habrían de ser utilizadas en operaciones militares, como en alguna de las Cruzadas (F. J. Flores Arroyuelo, 1995, p.265).

Cabe señalar que los festines feudales se escenifican para mostrar las diferencias de estatus social de los invitados, el señor que ejerce de anfitrión debe servirse más copiosamente que los invitados. La carne servida durante los festines es el alimento simbólico de la nobleza, una imagen de fuerza y vigor sacada de la caza[6]. Las recepciones de los nobles en el castillo permiten afirmar este orden de cosas, reunir a los vasallos que vienen con sus familias. Es una oportunidad para que el señor esté rodeado de otras damas y practicara con ellas, en privado, diversas actividades de costura, bordado e hilado. El estilo de vida más bien separado de los sexos está ligado a un matrimonio que no responde tanto a una inclinación mutua como a un medio para reforzar un linaje, asociar territorios y poner fin a una guerra. Este estatus no amoroso del matrimonio, que coloca a la mujer bajo la tutela masculina, se equilibra con el amor cortés o fin’amors[7]. Sobre un tono melancólico, el poeta recuerda este trozo de vida medieval a la luz de la fugacidad de la existencia humana. Es el sentido de las repeticiones del verbo hacerse al pretérito:

¿Qué se hizieron las damas,/ sus tocados, sus vestidos,/ sus olores?/ ¿Qué se hizieron las llamas/ de los fuegos encendidos/ de amadores?/ ¿Qué se hizo aquel trovar,/ las músicas acordadas/ que tañían/ Qué se hizo aquel dançar,/ aquellas ropas chapadas/ que traían? […] ¿donde iremos a buscallos?;/ qué fueron, sino rocíos/ de los prados? (J. Manrique, 1476, v.193-204, v. 226-228).

 

A pesar de la referencia a la fugacidad de la vida, el poema pone de relieve la forma de pensar y el sistema de valores en los que se basa la vida de la nobleza en la época medieval. Pero, más allá de esta presentación general, Jorge Manrique se centra en la vida y la obra de Rodrigo Manrique, a quien considera un hombre excepcional que merece gloria y alabanza, de ahí su celebración poética.

 

  1. Rodrigo Manrique y su celebración poética

La familia Manrique sigue siendo una de las más poderosas de la España medieval. De hecho, poseía numerosas tierras, títulos eclesiásticos y títulos nobiliarios. Los miembros de la familia eran nobles, valientes guerreros que también destacaban en las artes y la literatura. Recordemos que el poeta Jorge Manrique, al servicio de la reina Isabel, muere heroicamente en la batalla durante el asedio al castillo de Garcimuñoz en Cuenca, entonces defendido por el marqués de Vilena. Aparece a la vez como un buen escritor y noble señor de guerra con una personalidad fuerte y un destino heredado de sus padres (A. Serrano de Haro, 1996). Al igual que su hijo Jorge Manrique, Rodrigo Manrique (1406-1476) es el prototipo del señor que lucha en nombre de su soberano, pero sin vender sus propios intereses. El poeta afirma, a propósito de Rodrigo Manrique, que «sus villas y sus tierras, / ocupadas de tiranos/ las halló, / mas por cercos y por guerras,/ y por fuerça de sus manos/ las cobró» (J. Manrique, 1476, v.373-378). En el poema, Rodrigo de Manrique (1406-1476) es presentado como el intrépido caballero cristiano, que lucha en nombre del rey y de Dios. En efecto, «hizo guerra a los moros/ ganando sus fortalezas/ y sus villas […] y en este oficio ganó/ las rentas y los vasallos/ que le dieron» (J Manrique, 1476, v.340-348). En el poema, la santidad de Rodrigo de Manrique aparece como un don del Cielo en la medida en que lucha contra el infiel musulmán.
En consecuencia, el ejercicio de la virtud por Rodrigo de Manrique indica que todas sus acciones son autorizadas por Dios. En otras palabras, Rodrigo de Manrique es el servidor por excelencia del Ser Supremo y merece su entrada al Paraíso:

No se os haga tan amarga/ la batalla temerosa/ que esperáis/ pues otra vida más larga/ de fama tan glorïosa/ acá dexáis. […]/ esperad el galardón/ que en este mundo ganastes/ por las manos; y con esta confiança/ y con la fe tan entera/ que tenéis,/ partid con buena esperança,/ que esta otra vida tercera/ ganaréis (J. Manrique, 1476, v.409-414, v.436-444).

El poema pone el acento sobre la humildad, una de las virtudes de don Rodrigo hacia el rey de Castilla y sus explotes antes de que fallezca:

Después de puesta la vida/ tantas vezes por su ley/ al tablero,/ después de tan bien servida/ la corona de su Rey/ verdadero,/ después de tanta hazaña/ a que no puede bastar/ cuenta cierta, / en la su villa de Ocaña/ vino la Muerte a llamar/ a su puerta/ Diziendo: […]Buen caballero,/ dexad el mundo engañoso/ […] hezistes tan poca cuenta/ por la fama, esforçad vuestra virtud/ para sofrir esta afruenta/ que os llama (J. Manrique, 1476, v.385-398, v.404-408).

Las palabras de la Muerte, personificada en el poema, significa que morir consiste en recibir una recompensa suprema por haber sido fiel a su compromiso hacia el poder temporal, representado por el Rey, y el poder espiritual, encarnado por la Iglesia. Desde entonces, la vida de Rodrigo Manrique toma en cuenta un de los elementos fundamentales del feudalismo que es el juramento, que vincula al vasallo con el soberano por honor. Al prestar juramento Rodrigo se compromete así con los hombres y con Dios. Rodrigo Manrique confía en su señor, que es el Rey de Castilla, como confía en Dios. La humildad que le caracteriza obliga a ganarse el respeto de sus enemigos y adversarios que reconocen en él a un líder político de primer orden porque es un héroe que acude en ayuda de toda la gente que lo necesita. Las diferentes formas verbales utilizadas por el poeta no excluyen el uso de un vocabulario meliorativo para alabar al personaje medieval cuyos explotes transcurren los años y siglos, convirtiéndole en un ser humano excepcional identificado, mediante el juego metafórico, a un león con múltiples virtudes:

Aquel, de buenos abrigo,/ amado por virtuoso/ de la gente,/ el maestre don Rodrigo/ Manrique, tan famoso/ y tan valiente,/ sus grandes hechos y claros/ no cumple que los alabe,/ pues los vieron,/ ni los quiero hazer caros,/ pues el mundo todo sabe/ cuáles fueron […]/ ¡Qué amigo de sus amigos! ¡Qué señor para criados/y parientes! ¡Qué enemigo de enemigos!/ Qué maestro de esforçados/ y valientes!/ ¡Qué seso para discretos!/ ¡Qué gracia para donosos¡/ ¡Qué razón!/ Qué benigno a los sujetos,/y a los bravos y dañosos,/ ¡un león! (J. Manrique, 1476, v.289-30312).

Rodrigo Manrique se convierte en el nuevo cid del siglo XV que restablece la imagen de Castilla frente a los enemigos. Al igual que la figura emblemática del siglo XI celebrada en el anónimo Poema de mío Cid o Cantar de mío Cid, que es Rodrigo de Vivar, llamado también el Cid Campeador, Rodrigo de Manrique merece loas por parte de sus contemporáneos. En efecto, se reconocen los valores atemporales del Cid:

 

Soldado y creyente, es un fino táctico que sabe hacer alianzas cuando el contexto sociopolítico lo requiere sin parecer un traidor a su país o a la Iglesia. La humildad que le caracteriza inspira el respeto de sus enemigos y adversarios, que reconocen en él a un buen padre de familia y a un líder político de primer orden. El Cid se convierte en el símbolo del valor, de la España que lucha por acabar con el mal en todas sus formas. Sigue siendo así como uno de los mitos fundacionales de España, modelo que los Reyes Católicos utilizarán para reconquistar y cristianizar toda la Península en 1492 (D L. S. Kouadio, 2021, p.67)[8].

 

En homenaje a sus positivas acciones a favor de la expansión de Castilla, recibe del rey la famosa distinción de la «gran caballería/ de la Espada» (J. Manrique, 1476, v.371-372). En realidad, Las coplas a la muerte de don Rodrigo Manrique es un poema que narra las hazañas de un hombre que realmente ha existido como protagonista en la Península Ibérica medieval. Rodrigo de Manrique es un señor potente, propietario de un conjunto de tierras que son, por una parte, heredadas de sus antepasados de la familia de Los Lara y, por otra parte, el resultado de sus propias guerras (A. Sánchez de Mora, 2007). El poema indica claramente que Rodrigo ha sido capaz de unir a su causa todas las fuerzas de la nobleza, el clero y las clases bajas en torno a su persona. Como señor feudal, Rodrigo Manrique vive y caza en sus dominios. Sin embargo, existen campesinos que dependen de su jurisdicción. Tanto a sus campesinos y vasallos como a sus criados les da protección en caso de ataque, pero exige a sus vasallos regalías y trabajo. Rodrigo de Manrique imparte justicia en sus tierras situadas en Castilla. Es un jefe militar y político que defiende sus dominios, forma a los futuros caballeros y presta su apoyo militar al Rey. El aspecto histórico del poema retiene que Rodrigo Manrique, conde de Paredes de Nava, es un personaje militar y político de primer plano del siglo XV cuyas braveza y sabiduría le valen el reconocimiento de toda la patria:

 

Pues por su honra y estado,/ en otros tiempos pasados,/ ¿cómo se hubo?:/Quedando desamparado,/ con hermanos y criados/ se sostuvo./ Después que hechos famosos/ hizo en esta dicha guerra/ que hazía,/ hizo tratos tan honrosos/ que le dieron aún más tierra/ que tenía / Estas sus viejas estorias/ que con su braço pintó/ en la juventud,/ con otras nuevas victorias/ agora las renovó/ en la senectud./ Por su méritos y ancianía/ bien gastada, alcançó la dignidad/ de la gran caballería/ de la Espada (J. Manrique, 1476, v. 361-372).

 

Más allá de la presentación poética bajo la forma de una crónica histórica de los hechos de Rodrigo Manrique, observamos que la gratitud expresada por el pueblo español hacia aquel señor feudal se manifiesta por el epitafio tras su fallecimiento:

Don Rodrigo Manrique tuvo [un epitafio] en la iglesia del monasterio de Uclés. […] dice que «[su] cabeza descansaba en unas almohadas», en el canto de una de las cuales estaba grabada esta inscripción: Aquí yace muerto un hombre que vivo dejó su nombre. Se basa para ello en la noticia que da el genealogista Salazar y Castro (1988: m, 316) en su magna obra Historia genealógica de la casa de Lara, publicada en 1696-1697. En algunas ediciones modernas se menciona dicho epitafio, pero con una redacción distinta (V. Lama de la Cruz, 2005, p.961).

El fallecimiento de Rodrigo Manrique, mediante la pluma del poeta, corresponde al reposo definitivo del guerrero medieval; lo que facilita un discurso sobre las diversas percepciones de la muerte en la sociedad medieval (L. Galván Moreno, 2016, p. 281-295). Sin embargo, reconocemos que la parte subjetiva del poeta porque quiere pulir la figura de su padre, pero tanto a nivel histórico como en el poema existen pruebas de su violencia y su amor a los bienes y placeres terrenales. En efecto, Rodrigo Manrique de Lara es un noble español que adquiere notoriedad por sus proezas en las batallas de la Reconquista contra los invasores musulmanes.

 

Conclusión

El poema quiere presentarse como un testigo de su tiempo, una crónica histórica y legendaria cuyo objetivo es la conformidad de lo dicho con la realidad. El poeta demuestra cómo la fe religiosa, la fugacidad de la vida, la vanidad del mundo, el sistema feudal, las virtudes del caballero, el linaje, los bienes y placeres del mundo carnal y las guerras de religión, entre otros, constituyen el hilo conductor del texto poético de Jorge Manrique Las coplas a la muerte de don Rodrigo Manrique expone las características generales de los caballeros nobles en la época medieval. El poeta habla de los señores feudales en general, sin olvidar centrarse en la vida de su propio padre. Sin embargo, no duda en desarrollar su visión de la existencia al poner de realce la vanidad de las cosas materiales y la necesidad de actuar obedeciendo a la voluntad divina y las leyes de la sociedad dirigida por el rey.

 

 

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[1] El poema consta de varios términos o expresiones en torno al mundo del medioevo. Podemos citar, entre otros, palabras tales como « reyes » (J. Manrique, 1476, v.157), « dueño » (J. Manrique, 1476, v.123), « papas » (J. Manrique, 1476, v.164), « emperadores » (J. Manrique, 1476, v.164), « señoríos » (J. Manrique, 1476, v.28), « Dios » (J. Manrique, 1476, v.67), « infantes de Aragón » (J. Manrique, 1476, v.182), « rey don Juan»(J. Manrique, 1476, v.181), « los que viven por sus manos » (J. Manrique, 1476, v.35), « ricos » (J. Manrique, 1476, v.36), « pobres pastores de ganados » (J. Manrique, 1476, v.167-168), « tesoro » (J. Manrique, 1476, v.222), « corte » (J. Manrique, 1476, v.232), « guerras » (J. Manrique, 1476, v.272), « Castilla » (J. Manrique, 1476, v.383), « caballero » (J. Manrique, 1476, v.397), « batalla » (J. Manrique, 1476, v.410), « pecados » (J. Manrique, 1476, v.425).

[2] Una virtud es una firme disposición a hacer lo que es bueno y a evitar lo que es malo. Es a la vez una gran cualidad moral y una fuerza divina sobrenatural. Las virtudes cardinales, celebradas desde la antigüedad griega, son cuatro: Prudencia, Templanza, Fortaleza, Justicia. Son como pivotes sobre los que descansa la vida moral. La Iglesia católica distingue también tres virtudes teologales que tienen como objeto a Dios: la Fe, la Esperanza y la Caridad. La virtud teologal es, según la teología cristiana, una virtud que debe guiar a los hombres en su relación con el mundo y con Dios. Su fuente, en el Nuevo Testamento, se encuentra en la Primera Carta de Pablo a los Corintios (S. Andrés Ordax, 2007, p.9-34).

[3] Los nobles, al igual que algunos miembros del clero católico, llevan, en su mayoría, una vida disoluta debido a la búsqueda desenfrenada de placeres y bienes terrenales. Practican una fe aparente, no basada en el ejercicio diario de las virtudes cardinales y teologales. En cuanto a la Iglesia católica, es el mal comportamiento y otros vicios manifestados por los sacerdotes y religiosos lo que fundó, entre otras cosas, la aparición de la rama protestante al principio de la era moderna europea, con Lutero, aunque haya doctrinas moralistas dentro de la Iglesia católica que promuevan el ideal virtuoso (E. Roselló Soberón, 2006, p. 25-56).

[4] Los niños destinados a convertirse en caballeros son entrenados desde los 7 años. Viven en la casa de un señor, que se encarga de ser su padrino. Deben seguir un riguroso aprendizaje. Es una educación militar: se les enseña a manejar las armas y a montar a caballo. Una ceremonia marca la entrada de estos chicos en la caballería, es el armar caballeros. Arrodillado ante su señor, el futuro caballero jura sobre el Evangelio. Es golpeado en los hombros por la espada de su señor y, con este gesto simbólico, se convierte en caballero. A continuación, recibe su espada, así como todo un equipo: el yelmo, que es un casco con visera, la cota de malla o armadura, que es una túnica larga de malla de hierro, el escudo, la lanza y un caballo. Los caballeros pueden pertenecer a ordenes (E. Rodríguez-Picavea Matilla, 2014).

[5] En los torneos caracterizados por una violencia controlada por reglas estrictas, los combatientes utilizan varias armas de la época. Por ejemplo, hay la espada sin filo ni punta, la maza de metal o el arma de madera. La lanza, que requiere espacio para ser desplegada, se utiliza únicamente en las justas que son duelos entre caballeros. Los combates de torneo son un espectáculo en el que se intenta evitar la muerte de un combatiente (J. Cordón García, 2015, p. 20-30).

[6] La práctica de esta actividad refleja la capacidad del señor feudal de enfrentarse a la naturaleza, al peligro de la caza mayor y, por tanto, a la guerra. La caza ilustra el dominio de sus bosques, al igual que la pesca, a menudo en estanques racionalizados, ilustra el control de las demás riquezas vivas de sus tierras. Así, mediante la cetrería, que es la caza con aves adiestradas, se ve que el señor gobierna el mundo de los pájaros, entrena a los suyos para conformar el orden natural de su territorio (J. M. Fradejas Rueda, 2016, p.105-130).

[7] El amor cortés en la Edad Media es un amor idealizado. El hombre -normalmente un caballero-, pero normalmente de rango inferior, ama a una bella dama que parece inalcanzable. Para ganársela, demuestra su valentía, especialmente en la batalla, con la esperanza de ganarse su corazón. Pero el amor cortés no sólo tiene que ver con el valor de un valiente caballero, sino también con el arte de dominar la poesía, la cortesía y los buenos modales. El amor cortés no se vive en el matrimonio, pero no es sólo un amor platónico. Una vez conquistada la dama, el amante se somete por completo a la mujer que ama, le es fiel, debe satisfacer sus deseos y ganarse constantemente su atención. En aquel entonces, a pesar de la oposición de la Iglesia, se considera lícito que la esposa de un gran señor acepte el compromiso de fidelidad de un caballero célibe; este juego amoroso, en principio no carnal y basado en la abnegación del caballero, está muy codificado a través de términos específicos tales como miradas, besos, peticiones y actos de proeza caballeresca por parte del caballero feudal. Muchos libros de caballerías de la época medieval se caracterizan por la exposición de relaciones amorosas entre las damas y los caballeros (F. Crosas, 2013, pp. 83-95).

[8]Texto original: « Soldat et croyant, il est un fin tacticien qui sait nouer les alliances quand le contexte sociopolitique l’impose sans pour autant apparaître comme traître à sa patrie ou à l’Église. L’humilité qui le caractérise force le respect de ses ennemis et adversaires qui reconnaissent en lui un bon père de famille et un dirigeant politique de premier ordre. Le Cid devient le symbole du courage, de l’Espagne qui lutte pour mettre fin au mal sous toutes ses formes. Il demeure ainsi un des mythes fondateurs de l’Espagne, un modèle dont se serviront les Rois Catholiques pour reconquérir et christianiser toute la Péninsule en 1492 ».

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